Atendí el teléfono con la esperanza de obtener algún indicio del paradero de Clara, pero lo único que escuché del otro lado fue una respiración entrecortada que no emitía palabra alguna.
“¿Quién es?” – Pregunté con tono nervioso y, luego de unos segundos interminables, me dieron la tan anhelada respuesta.
“Mi nombre no es algo relevante, en realidad, nunca lo supiste. De la misma forma que nunca te interesó el nombre de todos aquellos a los cuales “irrumpiste” sin autorización.” – Sentí un frío helado recorrer mi espalda mientras dejé que la extraña pero familiar voz masculina continuara con su mensaje.
“Nos conocimos hace algunos años en la librería donde trabajo, en el centro de la ciudad. Ese día te adentraste en mi memoria sin ningún derecho, robándome un fragmento de mi pasado. Desde ese momento una parte mía sobrevive dentro de tu mente al igual que las de todas las personas a las que has manipulado a tu antojo.”
A pesar del terror provocado por aquella llamada lo único que me preocupaba era saber dónde se encontraba Clara y si corría algún peligro, así que sin tomar real conciencia de lo que estaba sucediendo pregunté: “¿Dónde está Clara? Si le hiciste algo soy capaz de…” – “No nos estamos entendiendo” – me interrumpió – “Soy el portavoz de todas tus víctimas y es mi deber hacerte saber que hemos decidido castigarte por lo que nos has hecho y tomamos la determinación de invadir tu mente hasta que no quede nada de ti, en absoluto.”
A pesar de comprender el peligro de mi situación, no conseguí ordenar mis pensamientos del todo y él prosiguió con su veredicto: “Para que tu castigo pueda ser llevado a cabo debes despojarte del último recuerdo propio que posees. El recuerdo del cual te has estado aferrando todos estos años inútilmente en tu afán de crear una esperanza tan sólo ilusoria.”
Las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos recorriendo mis mejillas, pero mi rostro mantuvo el gesto inexpresivo de quien por fin se resigna a afrontar sus pecados y sus consecuencias – “Quiero que mires nuevamente a tu alrededor y termines de comprender que ya no hay escapatoria.” – concluyó.
El teléfono que estaba en mi mano se desvaneció y la realidad comenzó a hacerse presente. Hice caso a la orden de mi verdugo, dirigí mi mirada hacia atrás y contemplé lo insospechado. Me encontraba nuevamente en la terminal de subtes, demacrado por la falta de alimentos y fumando el cigarrillo que me había obsequiado un extraño que estaba de paso. Aquel era el sitio donde creí haber encontrado mi redención, pero tan sólo seguía aguardándola, sin darme cuenta que el umbral de la locura ya había quedado atrás.
En mi afán autodidacta por conocer en profundidad la naturaleza humana a través de mis víctimas simplemente perdí el control, acercando las distancias y volviendo las diferencias entre nosotros prácticamente imperceptibles.
Busqué en mi bolsillo y encontré, como era de esperarse, los últimos billetes que me quedaban, los que alguna vez creí haber utilizado para invitar a mi Clara un café. La desesperación nos puede hacer ver espejismos, como un oasis en pleno desierto a alguien torturado por la sed.
Salí a la calle, compré un lápiz y un cuaderno y comencé a escribir mi relato sentado en la mesa de una cafetería mientras bebía un café. Cada minuto que transcurría, las voces en mi mente se hacían más fuertes y desafiantes, la sentencia se estaba llevando a cabo y ya no me quedaban fuerzas para negarme a mi trágico destino.
Una vez terminada mi escritura comprendería que había llegado el momento de entregarme y reconocer mi culpa. Sabía que una vez que sacrificara el último recuerdo que me pertenecía mi cuerpo quedaría vacío, mi mente ocupada por todos los recuerdos que me había apropiado y me convertiría en el único ausente. Ya no quedaría nada de mí y sería condenado al exilio, un exilio sin tiempo ni espacio, único y desconocido. Un exilio que considero justo.
He decidido que mi última víctima sea la moza que vendrá a cobrarme el café cuando la llame. Debo actuar rápidamente antes de quedar totalmente aturdido por las voces que se van incrementando y no poder concentrarme en Clara y nuestro primer encuentro. En mi Clara, la única que fue capaz de regalarme un oasis antes de que el escenario quedara desierto y la obra consumada.
Mi amada Clara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario