viernes, 24 de febrero de 2012

Recuerdos de un extraño (el exilio de Benjamín Costas) - Capítulo 2: "Clara"

Desde un comienzo mi motivación primordial fue la curiosidad, pero a medida que fui coleccionando recuerdos, esta actividad comenzó a tornarse adictiva. No solamente era testigo del pasado de mis víctimas, también percibía las sensaciones de los protagonistas. Mi colección era inmensa y constaba desde inocentes situaciones de la infancia hasta todo tipo de encuentros sexuales, pasando por excesos propios de la adolescencia y de individuos absueltos de todo margen moral. Debo reconocer que nunca fui capaz de negarme ante la posibilidad de adquirir nuevas experiencias.
Pasaron cuatro años desde que comencé un trayecto indefinido en busca de nuevos y diferentes recuerdos y como fruto de mi necesidad, la búsqueda se hacía cada vez más difícil y desgastante.
Poco a poco me había convertido en un parásito que se alimentaba de la memoria ajena y había comprendido algo de lo que la vorágine producida por mi sed exhaustiva no me había dejado percatarme. Cada persona en la que “irrumpía” su recuerdo era borrado y en contraposición, cada registro que arrebataba ocupaba el lugar perteneciente a uno propio. Por cada nuevo fragmento de memoria que me adjudicaba debía sacrificar alguno de mi propiedad y, a pesar de no haber llevado una vida de la cual estaba orgulloso hasta ese momento, tampoco estaba seguro de cuánto tiempo más podría llegar a mantenerme alejado de la locura provisto, única y exclusivamente, por extracciones de vida que no me pertenecían.
Durante un tiempo traté de controlar mis instintos pero ya era demasiado tarde, me había dejado consumir por mi propio don y sin darme cuenta, me había condenado para siempre.
Sumado a mi problemática primordial, me transformé en un fumador compulsivo, promediando los tres atados de cigarrillos diarios. Muchas de mis más terribles adquisiciones tampoco me dejaban conciliar el sueño así que mi estado físico era deplorable y, en adición, ya no recordaba ningún dato relacionado a mis padres. Debido a esto mis recursos económicos eran prácticamente inexistentes y había olvidado la última vez que había ingerido algún tipo de alimento.
Una noche fui a recorrer las terminales de subtes, donde encontraba generalmente la mayor variedad de potenciales víctimas. Promediando la medianoche, me encontraba sentado en un banco de la terminal a punto de encender un cigarrillo que un extraño me convidó. En ese momento, una mujer se me acercó y sucedió algo que de haberlo imaginado, no hubiese sido tan perfecto.
“Disculpe, ¿tiene fuego?” – Su voz sonaba tranquila y despreocupada, desconociendo el monstruo que tenía en frente – “Si, por supuesto” – le contesté y busqué rápidamente el encendedor, al mismo tiempo que trataba de adquirir disimuladamente una postura más erguida. Ella se sentó junto a mí mientras encendía el cigarrillo y al ingerir su primera bocanada de humo fue cuando nuestras miradas, por fin, se cruzaron.
“¿Cuál es tu nombre?” – Pregunté dubitativo – “Clara, mi nombre es Clara” – contestó con aquella misma sonrisa merecedora de todas las riquezas del mundo; solamente que esta vez, se había convertido en una hermosa mujer y estaba vestida con una camisa blanca, pantalón negro de oficina y un saco haciendo juego entreabierto. Me pareció estar viviendo un momento surrealista, digno de alguna película de bajo presupuesto.
La invité a tomar un café con lo poco que me quedaba de dinero en los bolsillos y haciéndome ejercitar una capacidad de asombro que creía extinta, ella aceptó. Hablamos durante horas y concertamos un nuevo encuentro para la semana siguiente. Nunca supe si me reconoció inmediatamente de aquella vez en que éramos niños, pero debido a la fluidez con que se fueron dando los acontecimientos supuse que era evidente.
Ya nada de eso importaba, desde un primer momento supe que éste era el motivo por el cual uno de mis últimos recuerdos previos a la aparición de mi don nunca se había borrado, ella era la clave para volver a retomar mi historia desde el preciso lugar en el que la había dejado y comenzar a tener injerencia en el curso de mi propia vida. Clara había reaparecido oportunamente, como una señal que me advertía que la salvación era posible.

Durante las siguientes semanas intenté recuperar el tiempo que había pasado enajenado. Encontré trabajo en una librería cerca del departamento donde vivía Clara y paulatinamente, la necesidad de ejercer mi cualidad fue disminuyendo. Los textos narrativos comenzaron a ser mi pasatiempo y la motivación para verme tentado en dejar algún registro de mis vivencias.
Para ser totalmente sincero debo confesar que el deseo de averiguar qué había sido de Clara todos estos años pudo más y me vi tentado a “irrumpir” en su memoria, prometiéndome a mi mismo hacerlo por única y última vez.
Después de reiterados intentos descubrí que mi capacidad me había abandonado. Me resultó imposible indagar en los recuerdos de la mujer que amaba, sin embargo, lejos de añorarlo, me sentí aliviado. Finalmente todo había acabado.

Al cabo de unos meses decidimos irnos a vivir juntos a su departamento ya que entre los dos no cobrábamos lo suficiente en nuestros respectivos empleos para hacernos cargo de un alquiler mayor. Esporádicamente la culpa me acechaba al tener que mentirle a Clara cuando me preguntaba acerca de mi familia o mi vida pasada, pero era algo necesario que debía hacer para no complicar ni alterar nuestra vida cotidiana.
Le mentí al decirle que mis padres habían fallecido y que había sido criado por mis abuelos, pero para contrarrestar esta situación, era totalmente sincero al declararle mi absoluta devoción por ella y prometiéndole que siempre iba a estar cuando me necesitara.
A pesar de haber pasado gran parte de mi vida por un verdadero infierno, cada vez que confesaba mis sentimientos hacia ella una sensación de redención me invadía y aquello era algo totalmente innovador en mí. Poco a poco mi colección de recuerdos ajenos se fue apagando y las voces y rostros que en el pasado habían sido mi obsesión y me atormentaban a diario se fueron desvaneciendo.

La tarde ya se estaba consumiendo cuando llegué a nuestro hogar. Me resultó extraño no encontrar a Clara con el mate preparado para conversar acerca del día que habíamos tenido cada uno en el trabajo. A una hora de mi regreso los nervios comenzaron a invadirme. Mi para ese entonces prometida, habitualmente salía de trabajar media hora antes de lo que a mi me correspondía en la librería y era costumbre que llegara a casa antes del atardecer. Traté de contactarla por intermedio del teléfono celular pero descubrí que el mismo se encontraba fuera de servicio. Mi garganta ya estaba totalmente irritada por los dos atados de cigarrillos que había consumido en las últimas horas. Estaba desesperado y me sentía impotente ante la situación así que sin pensarlo demasiado y a modo de acto reflejo, cuando la aguja del reloj marcó las nueve de la noche salí a buscarla.
Al llegar a la puerta y ubicar las llaves en la cerradura, escuché sonar el teléfono.

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